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-El chófer me acaba de embromar… aquí no me tenía que bajar, no hay ni un alma en la calle…

pensaba Camila mientras miraba hacia todos lados búscame. Se sentía perdida y empezaba a tener miedo porque jamás había viajado más allá de la capital de su Salta natal. 

-¡Camí, ché! ¡Aquí estoy! Grité a media cuadra, rompiendo el reseco silencio de la siesta y mi prima corrió soltando el bolso en medio de la calle mientras sentía que el alma le volvía al cuerpo:

-Vas a tener que llevarme a que me curen la paletilla, ¿por qué te demoraste tanto? No sabes el miedo que pasé, ya estaba pensando lo peor…

-Hola ¿no?… ¿Y eso? le dije indicando la dirección en la que la manguera despedía el precioso chorro de agua. 

-Eso estaba así cuando llegué, habia unos nenes corriendo por la calle para abajo, uno era pelirrojo y cabudito. Contestó mi prima.

-Los changuitos de la Zulema, se pasan, nos acaban de dejar sin agua… Vení, vamos por aquí que es más cerca. 

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